Aunque nos parezca extraño, muchas personas no quieren sanarse. Vivimos en una sociedad donde nos han enseñado a “acabar con los síntomas”, porque generan dolor, malestar, incomodidad, pero sin hacer ningún esfuerzo. Entonces es verdad que consultamos al Psicólogo (también puede ser al Médico, dependiendo de si es un síntoma físico o psicológico) pero lejos de querer sanarnos; lo hacemos para mostrarle a los demás que estamos haciendo “algo” y quizá con la intención de aprender alguna técnica o truco para aplicar en nosotros mismos, y como si no fuera poco, para aplicar en otros (porque nos encanta ponernos en la posición de que sabemos “mucho”).
Ah y claro, también los hay que consultan para demostrarse a sí mismos que “no tienen remedio” y que “así nacieron y así morirán”. Pero eso sí, que conste que ¡consultaron con un profesional!
Me encanta una frase que leí de Anthony de Mello: “sufrir para acabar de sufrir”. Suena paradójico pero no, realmente tiene mucho sentido. El placer nos gusta y parece que nos hace pasarla bien, pero no enseña nada. El sufrimiento, en cambio, siempre trae una lección, siempre enseña algo. Ver detrás del sufrimiento es el camino que conduce a la sanación real.
Cuando algo duele (ya sea en el cuerpo o en el alma/mente) nos avisa de que algo no anda bien en nosotros, por tanto ese síntoma que está ahí no es mi enemigo, todo lo contrario, es mi amigo, es la alarma que me avisa de que debo prestar atención, de que debo detenerme, de que debo “revisarme”. Pero la tragedia de nuestra vida aparece cuando buscamos “ayuda” para “matar” al síntoma, para quitárnoslo de encima, para “callarle” la boca. Y lo que es más gracioso aún es que al consultar, queremos que en una hora de sesión, el psicoterapeuta saque su vara mágica y resuelva todo “el mierdero” de mi vida. Carajo, menuda tarea!
Aprendimos a “matar” el síntoma a punta de pastillas, razonamientos, técnicas… y nos estamos perdiendo la gran oportunidad de avanzar en la vida por el miedo a sufrir. Si realmente comprendiéramos que avanzamos más en la vida cuando nos rechazan que cuando nos aceptan, porque el ser aceptados nos hace creer que todo anda bien, mientras que el ser rechazados nos hace caer en cuenta (si queremos ver) que aún hay cosas en nosotros que hay que corregir, así como la persona que me fastidia es mi maestro porque me revela mis verdaderos “demonios” o como digo yo, me muestra “mi mierdero interior”.
Pero estarán de acuerdo conmigo en que desde casa, cuando teníamos un problema, cuando algo andaba mal, nos enseñaron a echar la culpa (a la vaca, a Dios, a papá, al profesor, a la silla…), a evadir, a racionalizar, a resistirnos, hacer berrinche y a victimizarnos, lo cual termina desencadenando en amargura, resentimiento, frustración, depresión, ansiedad.
La buena noticia es que hay otra forma de acercarme al sufrimiento. Hay otra forma de encarar la ruptura con mi pareja, el despido de un trabajo, la pérdida económica, la discusión con el jefe… Se trata de mirarlo fijamente, aceptarlo y preguntarse:
A qué me estoy resistiendo?
Qué no quiero ver?
Qué hay en mí que está provocando esta situación?
Qué falsa ilusión mía está escondida detrás de este sufrimiento?
Aquí está mi gran oportunidad de conocerme y sanarme.
Por ejemplo:
1- Tengo problemas de insomnio y le echo la culpa al estrés, al tinto, al ruido…
A qué me resisto?
A qué aspecto de la realidad me estoy oponiendo?
Talvez podría escudriñar sobre:
Mi necesidad de control, mi necesidad de estar haciendo (no Siendo), siguiendo un patrón de “tengo que producir, tengo que hacer”, mi culpa por “no hacer nada”, etc.
2- No tengo pareja
Realmente quiero tener una pareja?
Cuál es mi resistencia a relacionarme?
Qué tanta capacidad tengo de dar?
Para qué estoy buscando una pareja?
Talvez podría escudriñar sobre:
Mi miedo a relacionarme, mi necesidad de ser “absorbid@”, mi necesidad de confirmar que “los hombres o las mujeres son malos”, que sólo busco una pareja para que me mantenga, para que me dé…
Y así con todo lo que vivamos. Tener un diálogo genuino, real, verdadero. Como yo le llamo “un encuentro con mi yo”, sin máscaras. Así tendremos un gran camino ganado y podremos decir que sí queremos sanar.